Cacho, el amigo de mi padre.
Solo le conocí un amigo a mi viejo: el Cacho Piña.
Aunque cada uno tuviera sus propios padres, eran como hermanos, hijos del mismo barrio, ahí, entre La Curva de Maroñas y Villa Española.
Solo le conocí un amigo a mi viejo: el Cacho Piña.
Aunque cada uno tuviera sus propios padres, eran como hermanos, hijos del mismo barrio, ahí, entre La Curva de Maroñas y Villa Española.
Ver ese escarabajo rojo cuando me bajaba del tranvía era la señal más nítida de la rutina. A la misma hora, los mismos días, no fallaba.
La jornada empezaba ahí, con el déjà vu de un Volkswagen que me daba la bienvenida a otro día repetido, a una rutina que ya no es tal.
Todos estábamos llegando tarde a nuestras citas, a todos nos estaban esperando en algún lugar.
El tren venía con demora y la impaciencia se adueñaba del ambiente.
Me acuerdo el día que te crucé en la peatonal Sarandí.
Ibas con mucho apuro porque llegabas tarde al trabajo, pero igual paraste para saludarme.
Antes que me llamara por mi número ya sabía que eso era para mí. Lo estaba esperando.
Había contado las personas que tenía adelante.
"- ¿Argentino?
- Uruguayo
- Uh, perdón
- No pasa nada, no soy de los que se enoja, somos lo mismo. Somos tan iguales que por eso nos peleamos, como dos hermanos lo hacen durante toda su vida."
No recuerdo la última vez que lloré. Se me suelen caer las lágrimas cuando bostezo, pero eso no es llorar.
Se me llenan los ojos de lágrimas pero no lloro.
Entonces tenía que llegar el momento y llegó. Me miró, me preguntó cuántos años tenía y me dijo:
"¿Dónde te ves en 10 años?"
Uf, casi 35 años y parece que todo es incertidumbre.